sábado, 16 de agosto de 2008

Crowe o la poética telefílmica de Jerry Maguire



Cameron Crowe representa uno de esos modelos de la cinematografía estadounidense actual que se encuentra a medio camino de su labor como artesano funcional y a sus aspiraciones como autor. Periodista de la revista “Rolling Stone”, el imberbe Crowe contaba únicamente con 15 años cuando comenzó a publicar sus artículos en dicho medio. Su etapa como cronista y su condición de melómano han derivado en que la mayor parte de sus filmes estén impregnados del aroma afrodisíaco de los Scott Mckenzie y Cat Stevens de turno, esto es, el movimiento hippie estadounidense.

No es de extrañar que la mayoría de sus películas adolezcan de, precisamente, ese perfume de optimismo y de good vibrations prolongadas. En su mayor parte, la filmografía de Crowe se compone de un personaje principal que se ve obligado a enfrentarse a un obstáculo desestabilizador que resquebraja su eterna pubertad. En efecto, sus personajes son una prolongación de un estado y un tiempo concretos ( el movimiento pacifista y hippie, la revolución del rock) que se vió absorbido por su propia esencia y engullida por la hipertrofia descomunal del sistema que los sostenía en aquel momento.

En efecto, y tomando como referencia una de sus obras más logradas, “Jerry Maguire” ( para otro día dejo su encantadora y más explícita “Casi Famosos”) encontramos varias de estas constantes. En Maguire, el personaje del mismo nombre interpretado por Tom Cruise, Crowe actualizaba al Capra de “ Qué bello es vivir” para adaptarlo a sus sensibilidad pop.

Maguire, afamado y competente representante de deportistas, redacta una “declaración de objetivos” que engloban su verdadera naturaleza, exponiendo una red de ideas tan sumamente utópicas ( y por qué no decirlo, ridículas) que no sólo replantean la forma de actuar y proceder de la empresa, sino que más bien proponen un cambio en la ética, tanto empresarial y deportiva que han llevado al deporte y a los atletas a ser auténticos depredadores codiciosos enclavados en un espectáculo de masas dominado por grandes marcas, corporaciones y multinacionales.

El ideario de Maguire vendría ser la encarnación de aquel espíritu, aquella propuesta efímera de un mundo que se sostenía en la eterna promesa de solidarización y que contenía en su emblema la libertad, la paz y el amor, ahora adaptadas a la era de la revolución tecnológica y digital.

Aún así, la razón por la cual no es capaz de erigirse Crowe como verdadero autor se cimenta en que en gran medida, su propuesta se torna en otro producto con mensaje vehementemente conservador, puesto que toda esa idealización desemboca en que la verdadera realización personal está asumida en los valores tradicionales, traicionando Crowe notablemente dos aspectos: su propio espíritu rebelde al devolver a sus personajes al modelo burgués tradicional, “reinsertándolos” a una necesaria vida adulta, perpetuando el american way of life.

El otro aspecto viene dado por la torpe puesta en escena de Crowe, notablemente ligada a la estética de lujosos telefilme con grandes y afamados actores, lo que pone de manifiesto, y en conclusión que Crowe se presenta como un buen catalizador de ideas mal concluidas sobre una puesta en escena torpona y “burocratizada” por el modelo de representación hollywoodiense.